sábado, 27 de diciembre de 2014

El rey del casino

Fue justo al día siguiente; justo al día siguiente del cumpleaños del niño de la familia, la niña de los amigos y la antigua compañera de trabajo. Esta vez había aprendido la lección y no iba hecho un fantoche. En esta empresa el sentido del ridículo lo llevan mal. Por no ver ni se ve a alguien diciendo que se ha equivocado aunque lo haya hecho. Quizás son costumbres de empresa, no lo sé. El caso es que llevaba el atuendo adecuado y el coche ... prestado por el museo


Esta vez presentía que habría un concurso y que el concurso tendría que ver la ruleta. Por las razones equivocadas pero al final acerté. Empezó el concurso, todos recibimos 20 fichas de casino y éramos libres de gastarlas bien jugando al Black Jack (del cual recordaba las reglas de las explicaciones recibidas el año anterior) o bien jugando a la ruleta.

Comencé jugando al black jack y comencé con suerte. Tras unos diez minutos jugados llevaba ya unas 30 fichas ... y el convencimiento de que aquello no era mucho más divertido que el póker, que me parece aburridísimo. Así pues, decidí que iríamos con la táctica de siempre, todo o nada, all-in en el lenguaje del sector, a la ruleta. En realidad no fue un todo o nada, fue una mezcla, muy afortunada mezcla de todos o nadas y jugadas de tanteo. En las jugadas de tanteo mi suerte fue dispar pero en las de todo o nada gané siempre. Eso hizo que, tras varias apuestas, tuviera en mi poder algo más de 300 fichas. Creo que debí ser el primero en llegar a esa cantidad.

Entonces la cosa cambió. Mi interés por marcharme se vio refrenado por la posibilidad de ganar el primer premio, premio que otras veces había sido bastante goloso. Lo primero que decidí es que pararía de jugar y que iría viendo pasar los ataúdes de mis competidores ahogados en su propia avaricia. Eso hice durante casi una hora. En ese tiempo vi a varias personas superar mi número de fichas y a casi todas cegarse al ver que otros lo habían conseguido y perderlo todo. No sabía cuántas personas estaban siguiendo mi estrategia pero sí calculaba que no muchas.

Mientras tanto alguna apuesta menor perdida incluyendo las fichas de algún compañero que quería que fuera yo el que se las jugase. No era su noche, solo la mía.

A falta de unos 15 minutos, de 12 tiradas de ruleta más o menos, habida cuenta de que varias personas me superaban, decidí hacer un último par de apuestas que decidirían si tenía opciones de victoria o no. La primera salió cruz; la segunda, la que importaba, cara. Tenía en mis manos 560 fichas. Paré de jugar de nuevo.

Mientras estudiaba a los posibles rivales, reducidos solamente a dos o tres. Uno era un amigo al que la suerte y una estrategia razonable le había hecho (sin saberlo) superarme anteriormente y, con la suerte de su parte, estaba en condiciones de hacerlo de nuevo. Para ello tenía que seguir jugando, que era lo que hacía porque pensaba que había otra persona con una gran cantidad de fichas de la que se tenía que distanciar. Otra era una chica que aparentaba tener un gran número de fichas de diferente cuantía, lo que dificultaba saber exactamente cómo de peligrosa era.

Dos últimas tiradas, mi amigo se arriesgó y ganó. Hice un recuento mental y yo seguía todavía en cabeza pero por muy poco. La chica seguía ganando cantidades más pequeñas.

Última tirada, pregunté educadamente a mi amigo si se iba a arriesgar y me dijo que no, di las gracias internamente. No recuerdo si la chica apostó o no ni el resultado.

Empezó el recuento: de forma un tanto traviesa, enseño mis fichas (hasta el momento ocultas) a mi amigo. Afortunadamente para él en este tipo de eventos suelen dar tres premios. El croupier cuenta primero sus fichas, 530. Realmente muy bien para haber empezado por 20 y haber realizado un gran número de apuestas.

A continuación voy yo, 560 fichas conseguidas con más suerte que apuestas.

Ningún candidato oculto a excepción de la chica que vuelca sobre la mesa lo que atesoraba en su bolso. A ojo, la cosa iba a estar justa. Muchas fichas de diversa valía pero ... muchas fichas. Mi amigo seguro de que no superaría las 530, yo no tan seguro. Acaba el conteo y son 539. Ya había pódium.

Me llamó la atención que la competición acabara como las vueltas ciclistas. Tras miles de kilómetros, horas sobre el sillín, y solamente unos segundos separan a los tres primeros. En este caso, tras diversas apuestas con fichas de 100, solamente 30 fichas entre primero y tercero.

A continuación llaman a los ganadores. En mi caso se produjo una cierta decepción al ver los regalos pero sobre todo por los rumores que habían corrido al respecto. En cualquier caso el regalo es solo la excusa, ganar un concurso aunque solo sea por suerte siempre es gratificante. No solo eso, también quería pensar que no fue solo la suerte y que mi estrategia había ayudado.

Recogí mi premio y me fui de allí con dos lecciones aprendidas. La primera es que espero jamás volver a pisar un casino. Toda la suerte que necesitaba tener la tuve aquella noche. La segunda es que si te mantean tus compañeros de equipo una primera vez, si tus pies consiguen tocar el suelo, puedes intentar (y conseguir) salir andando y evitar un segundo manteo. En cualquier caso, no estuvo mal. Ganar arriesgando dinero de mentira nunca lo está.

Un saludo, Domingo.

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